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(RE) Definiéndome

by - April 08, 2020


    
                                        
No sabría encontrar un momento específico; tampoco un lugar concreto o una mirada llena de juicio que indique el inicio. En realidad, mi historia, es como tantas otras, solo un reflejo de lo que, a pulso, la humanidad ha trazado con sangre en las estrellas. Conservo en ello el recuerdo de lo frágil, de lo bello, también de lo necio. Y no poseo reminiscencia, como si un destello hubiera borrado todo rastro, del instante en el que mi esencia comenzó a corromperse.

Es cierto que crecí tambaleándome entre la negligencia y el dolor ajeno. También es cierto que el amor que me dieron se sostenía bajo mil maldiciones, aunque era noble, aunque era puro en sus intenciones. Que las sombras comenzaron a marcar mi cuerpo y a escribirme sentencias en la piel sin que pudiera darme cuenta, impregnando de vacío mis pupilas de almendra. Que aprendí a callar mientras lloraba en una habitación oscura, donde me abandonaron bajo llave ante la mirada de un monstruo que aun me persigue. Que no he olvidado la miseria; que cuando no estoy despierta aparece en pesadillas.

Suelo preguntarme a veces, cuando los cristales de mi balcón golpean fuertemente y los otoños empiezan a sumar primaveras desde la número veinte, si las cicatrices habrán conciliado en algo los reproches, si la nicotina permitirá arrullar mis ansiedades en nanas de infancia… Si habré sido cobarde, si hubiera podido dar mucho más, si pudo haber sido mucho mejor. Si pude haber evitado que mi vida se me escapara de entre los dedos y que la soledad me la arrebatara…

La frialdad de los momentos rotos se ha erguido como una bestia en mi consciencia y mis arterias se han dibujado en porcelana. Observo al otro desde la distancia, con recelo, amor y anhelo. Desde el remordimiento y el perdón; pero tengo miedo. En el fondo, muy en el fondo, allí donde las heridas abiertas arden como el infierno, subyace el vicio de asumirme miserable:
La niña que no sabe cómo ser lo suficientemente buena, ni encajar, que no puede aceptar el afecto porque le resulta extraño. La que ha aprendido a caminar sosteniendo cada una de sus piezas deshojadas en medio de la tormenta.

Entonces ella, se sienta noche tras noche a tejer mentiras; “tengo que ser perfecta y reconocida, tengo que cruzar los puentes que me han dibujado, tengo que elevarme según sus premisas, aunque las desprecie”. Y como es de temerse, su telar se desdibuja en los llantos puntuales, en las hojas en blanco, en los sueños descartados, en la angustia, en la ausencia, en el recuerdo de unas manos amables y ásperas, que amaron tanto como destruyeron.
Y en la sobriedad de las certezas, he comenzado a cuestionarme. “¿Qué tanto he hecho por mí? Y ¿Qué tanto he hecho por ella?” “¿De qué me ha servido tanto encierro si he sido incapaz de iluminar mis huellas?”

Estoy harta, cansada, enojada, dispuesta a lanzarme a la hoguera si se requiere. Quiero incinerar una a una las rejas de la jaula que no me deja volar; no quiero, no obstante, precipitarme al vacío desde mi terquedad, desde mi obstinación, desde mi arrogancia.

Supongo que después de todo, este es el manifiesto de mi propia revolución.

Voy a transformarme, reconstruirme, a salvarme, desde mi razón. Desde el amor en el que subyace lo único que este mundo no logra arrebatarme: la valentía de mirar de frente a la injusticia y gritarle, desde la rabia, desde el conocimiento, desde la rebeldía.

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