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Sobre el amor
Llegue a este mundo siendo arrullada en tus nanas de revoluciones. Tus pupilas amables me contaron de dolor y de sacrificio.
Tu amor y tu afecto, comencé a comprenderlos en el silencio, de tu valentía, de tu fortaleza...y cuando los rayos de luna alumbraron tu rostro en febrero, también pude comprenderlos en tu vulnerabilidad.
Siempre mirabas el firmamento lleno de expectativas; te recuerdo íntegro a contraluz, mientras el sol se alzaba y en Barcelona amanecía. Sonriendo mientras me prometías un gran futuro.
Tus promesas; no obstante, no solías entregarlas de a gratis. Y en ellas solías orientarme con arrogancia y estrictas vistas; pero también con suma vehemencia. Me enseñaste a amar al prójimo, a sentir el dolor en los ojos de quienes me rodean y también, de quienes no. Te aseguraste de que posara mis pies en la tierra y que jamás me permitiera olvidar su aspereza. Escondías muy bien tu preocupación en pura intransigencia, y cada mañana cuando debías partir, te asegurabas minuciosamente de que mis alas continuaran intactas. Perdóname, yo sé cuánto deben dolerte todos los rasguños y heridas que el tiempo ha plasmado en ellas.
Sé que tal vez no le he hecho honor a todos tus cuidados; sé ahora también que tus manos trabajadoras no son capaces de moldear el tiempo, la vida o el destino. Sé también, hoy, que nos hemos equivocado demasiado.
Mi corazón terco, torpe, necio, empático, amoroso e insaciable de conocimiento...te lo debo.
Te debo tanto papá y a veces siento que puedo devolverte, tan, tan poco.
Pero, a pesar de lo angustioso, del peso de los relatos, de la distancia y de la injusticia... ¿Me dejarías abrazarte de nuevo?
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