Desasosiego

by - November 27, 2020

 


(Ilustración realizada por Xuan Loc Xuan)

Ah, el desasosiego, campa rampante sobre mis muelas y me deja sabor agridulce, a mañanas no concluidas a recuerdos desesperantes de la infancia, quien sabe, al menos soy lo suficientemente valiente como para no renegar de estos, allá que se nieguen responsabilidades los que son cobardes. Me hago cargo, cargo desde que tengo memoria, desde que debía levantarme, comer, vestirme sola, llevarme, traerme de la escuela y darme las explicaciones que esa gente adulta, muy confundida y con demasiados problemas no sabía darme. Así que es evidente que hacerse una buena vida, cuando intenta hacérsela uno mismo, es una tarea difícil y poco fructífera, mirándolo con serenidad adulta, no es de extrañarse siquiera un acápite de mis circunstancias actuales.


Me pregunto qué habrá sido de aquella muchacha, probablemente a ella, mis lamentos, limitaciones, mis tan pulidas, puntiagudas, cuadradas formas del mundo le importarían un carajo. Esa muchachita tuvo el corazón para sobrevivir a tanto, desde luego, yo no me le parezco en nada. Ella creía en los mañanas, en su versión edulcorada del tiempo, en un “yo creo en las hadas, si creo” de corte cronológico. Asumía que para los veinte ya no tendría miedo de la oscuridad y que tendría suficiente calidez en las muñecas como para seguir siendo buena persona, para nunca parecerse  a nadie que la rodeaba, para nunca ser cruel, perder los estribos, ahogarse en diecisiete botellas de cerveza o estallar en una crisis nerviosa. Y cuando le costaba creer, porque había días en los que francamente le costaba, se sentaba en el balcón con las mejillas ardiéndole de tantas bofetadas y dibujaba sobre sus folios blancos, era rebelde, amable y malcarada. Y hoy se ha perdido, todo eso, toda ella, se ha perdido por completo. 


Traen a colación los espectadores sus consideraciones particulares sobre el paraíso perdido, mi infancia fue un lugar plagado de monstruos y escapadas fortuitas, de incógnito, a prados violetas. Yo no extraño un milímetro de ese mundo plagado de sombras, de negligencias en bucle, en eterno retorno, no romantizo en lo absoluto los relatos que me contaban a luz de luna, no se me antojan nobles la miseria, el panfleto gastado del manifiesto comunista o la hoja gastada del dominical, a mi se me ha difuminado el carbón de las mejillas y nunca supe rezar con convicción alguna. Lo que extraño, lo que anhelo horrores, lo que me revienta de rabia y me hace maldecir mecánicamente sobre la mesa de cristal en la casa vacía, es mi vitalidad empeñada. Mis latidos repiqueteando en piedra, la frialdad sobre mis antebrazos marcados en sangre, el vómito atascado en mi garganta, la piel hecha huesos, la tristeza bajo la almohada. 


Me extraño a mi misma, sobre la barandilla del balcón bailando en las puestas de sol sin miedo al vacío, a punto de caerme, sola, con las columnas desmoronadas, pero riendo, danzando, riendo...

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