Amanecer
Recuerdo que amanecía a las cinco de la tarde, que el polvo se alzaba furioso, bailando entre las rejas azules. Mis mejillas eran claras y siempre llevaba una figura de plastilina guardada en el bolsillo. Tenía catorce años y la vida hecha pesadillas. En los recreos me subía a las ramas de un árbol de ovos, leía porque no sabía vivir. El pasillo de cemento que se extendía frente a mi, se me antojaba largo, tan largo, no tenía ni idea, ni confianza alguna en si iba a poder atravesarlo. Mi pelo largo, encrespado tapaba la mitad de mi rostro; tarareaba canciones en idiomas desconocidos y miraba ensimismada por la ventana del autobús. Suponía que, pasaría, que algún día no tendría que transitar ciega el camino hacia los recuerdos pasados; ruta remitida al infierno. Y negaba, negaba en las esquinas, susurrando en labios apretados que no había razón alguna por la cual los brazos abiertos me escocían.
El reflejo mate del espejo de mi habitación, me mentía dulce, sobre cómo las estrellas me hacían compañía, quedaban promesas por cumplirse en millas de distancia, que no era tan malo, tan mala. Oh, que mis relatos de cuentos de fantasía podían cumplirse, aún enmedio de mis reiterados intentos de morir, que era lo suficientemente valiente para salvarme de las heridas proféticas.
Rememoro las sonrisas hechas en papel, las canciones de pop rock que sonaban en la radio, la humedad del huerto que plantamos para ciencias naturales, las serpientes de ojos de cristal y las nanas de cuna ahogadas en ataques de bulimia a las tres de la mañana.
He sido fuerte, tan fuerte, y estoy cansada, tan cansada.
Que alguien me robe la calidez que me late rabiosa en la piel de una vez por todas, porque quiero renunciar,
Fracasar rotundamente.
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