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Autoretrato

by - April 08, 2020




El viento sopla amable, mis hombros agradecen la caricia del sol, la calma reina mientras camino hacia la terraza de baldosas amarillas. La casa por la cual se deslizan mis pasos luce reconfortante, la sal y el jazmín trepan por los poros de mi piel y bailan entre mis cabellos. La puerta de madera cede, sin que tenga que insistir, el tacto áspero de mi cuaderno de bosquejos se desliza entre mis dedos, mientras una gota de sudor resbala por el lápiz de carboncillo.

La muchacha me mira, sus ojos almendrados resaltan frente al halo de luz verde agua que la contiene. Continúan siendo claros y hermosos como antaño, aunque lucen opacos me convencen de iniciar los trazos afinando las formas infantiles y redondas que antes los caracterizaban. Ni siquiera intentará convencerme, está harta de mentir. Hace tiempo que lo sé, que su brillo ha perecido como perecieron las estrellas que había nombrado y que una noche de invierno, sin previo aviso, como la vida misma, dejó de regar en su jardín.

El color naranja de sus mejillas no ha vuelto a florecer, ha perdido el amparo de la magia de las noches de verano. La luz que se arrullaba contenta en su tez tigreña se ha secado, se ha vuelto pálida, está cansada, se ha perdido en el camino tantas veces como lo indican sus cicatrices. La tonalidad gris del carboncillo lo anuncia con destreza; su llegada a la adultez.

Y sin embargo, en su cara redonda y de cachetes abundantes la observo atrapada, a la niña que se esconde en su semblante, se nota cuando sonríe, tan triste…no hay duda, la sigue extrañando. Mientras moldeo sus rizadas pestañas me parece escuchar su risa lejana, su carácter fuerte y su belleza malcarada. Ella, que me mira impasible no sabe abrirse, no puede confiar.

Su intransigencia ha comenzado a erguirse recta y fluida, ahogando las ondas de su cabello castaño claro, que ahora es tan negro como la caoba y tan denso como las sombras que tapan las puestas de sol en su corazón. Mis dedos se pasean en círculos sobre el papel mientras coloreo su traje de vestir…

Y sonrío con consciente nostalgia, la mujer que se ha sentado frente a mi hoy día para que logre retratarla se ha vestido con una camiseta verde oliva, donde el rostro gracioso de una jirafa se estampa haciendo conjunto con una falda jean y unas zapatillas de plataforma de espuma flex.


Como la última vez que nos encontramos en nuestras palabras amables; ella tenía nueve años y yo, yo tenía 23…

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