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Nayarak: sendero hacia el renacer
La luna centella alto en la montaña, los ojos azabaches de Nayarak parpadean en la oscuridad, lucen valientes, certeros, sin velo. Su tez canela se refleja tercia, tensa. Las cicatrices que le recorren el dorso hierven sobre la delicada piel. Los largos cabellos de la guerrera hondean en el viento filoso de la oscura noche. Con lanza en mano, con la cara tiznada se adentra en los matorrales.
Respira lento, agazapada en aquella frondosa selva, el gran talismán de oro que reposa sobre sus senos brilla intensamente. El rugido de la pantera inicia la melodía metódica de las bestias. Ojos sagaces la observan desde la oscuridad mortal. Abajo, tan debajo del poblado, voces jubilosas se reunían alrededor de una gran hoguera. La muchacha fija sus ojos en los pálidos rostros que conjuran tormentas con sus estruendosos gritos.
El ciclo se estrechaba poco a poco pero concienzudamente…Arriba, abajo, izquierda, derecha. Las cuatro dimensiones comenzaban a resquebrajarse tras milenios de estabilidad. Sus manos se hundieron en el suelo húmedo; la tierra es madre de ella se nace y a ella se vuelve cuando se muere…hasta el renacer.
Una mano fuerte tira de sus muñecas, segundos bastan para que la joven trepe encima de su captor y coloque sobre su garganta la punta de su afilada arma. Es oscuro, oscuro como la indiferencia de los dioses; Nayarak, sin embargo, tiene ojos de bruja. Ante ella una piel blanca y unas lagunas turquesas asomaban tras el rostro de un hombre joven, aunque no más que ella.
-Sathiri-pronunció la guerrera, pues las lechuzas habían conjurado el nombre del hombre que estaba bajo su peso. No se dirigiría a el de ninguna otra manera.
Pese a que no hubo gritos, el suceso llama la atención de tres ebrios compañeros del muchacho, que activando todo sentido de alerta deciden internarse en la peligrosa selva. Las historias de salvajes que despellejan y arrancan el corazón a los desafortunados no son anécdotas que deben tomarse a la ligera. Una espesa bruma se interpone, de los arboles parecen venir voces estruendosas y amenazadoras. Los adalides de la valentía desisten. Basta aquella simple señal para descartar el sacrificio. El otro es valioso cuando aporta, cuando hace que el circulo fluctúe, que nunca se cierre.
Tres días bastan para lograr que aquel joven recorra tres cuartas partes de la selva. Los pasos de aquella mujer que rondaría los dieciséis según sus cuentas, eran mudos. Ante su tosca y profunda mirada el gran talismán de oro perdía importancia. La selva es asesina, pero sabia. La idea de atacar, vejar, esclavizar e incluso comercializar comenzaba a ser desplazada por extraños susurros e imágenes. Desde hacía dos noches una pantera albina de ojos ámbar los guiaba a través del sendero.
Cuando la extenuante caminata se extendió hasta las bases de una monstruosa cascada, Sathiri sintió por primera vez el temor hondarle en el pecho, el destello de cordura y racionalidad que había perdido parecía volver a él a pasos agigantados. Nayarak leyó en sus pupilas el destino.
Dejando caer todas sus vestimentas se adentró en la corriente del rio, las aguas parecían tornarse mansas a su ligero paso. De la mano, Sathiri contemplaba embelesado la curva de su espalda que se hundía hacia el infinito en las aguas. Tras las cortinas de líquido vital una cueva se adentraba directo hacia la oscuridad. Se detuvieron en la entrada.
Fue entonces, al voltear la muchacha su afilado rostro, al abrir sus ojos, cuando el color dorado los predominaba…eran los ojos de la pantera. La desnudez de la muchacha permitía ver como suaves líneas blancas trepaban desde los talones hacia el cuello. Atrajo lentamente la mano robusta del joven hacia sus pechos, donde descansaba el talismán.
Sathiri pudo verlo…el negro firmamento, grandes masas estelares, una gran explosión, el gran principio, pero nunca el fin. La palma de su mano ardía, sus lagunas turquesas se habían tornado albinas. Un llanto de dolor resonó por la cavidad rocosa. El agua mansa y tersa se tornó una bestia. Cuando recuperó el control, la gran pantera de sus sueños estaba frente a él.
Las antorchas de fuego se dejaron ver tras el manto trasparente, Nayarak se lanzó contra el enemigo. Sathiri se adentró rápidamente en la cueva, donde cientos de pequeños aborígenes lo miraban con cautelo. Mostró el talismán, indicando que conocía sin lugar a dudas la salida, observando por última vez y de reojo, como el agua se teñía de rojo. El aullido de dolor de una pantera blanca lo perseguiría de por vida.
Estados Unidos-Florida Miami- 20 de mayo de 1992, 15:25 pm
Las luces cegadoras del hospital impedían que John de apenas seis años pudiera siquiera pensar en conciliar el sueño. Aquello le resultaba tremendamente injusto, todos lo mantenían lejos de la habitación esterilizada de su abuelo. Aburrido y asediado por la curiosidad, el pequeño niño se dirigió al ascensor, jugando con los botones arribó a la tercera planta. En la pared que precedía al largo pasillo, se encontraba un cartel que rezaba “Maternidad”. Los pasos ligeros le llevaban con certeza hacia el “gran escaparate de bebes”, como solía llamarle. A medida que el pasillo se estrechaba, un ruido molesto comenzaba a cubrirle la mente, sonaba…sonaba como el agua que se deslizaba por los canales del techo cuando una fuerte tormenta danzaba sobre la ciudad.
Cuando logró llegar al mostrador, un intenso escalofrío le recorrió la espina dorsal, todos los bebes disfrutaban de un sueño placido, sus parpados caídos demostraban aún su incapacidad de abrirse al mundo…todos...
Excepto unos inmensos ojos azabaches que lo miraban con añoranza…. “la tierra es madre de ella se nace y a ella se vuelve cuando se muere…hasta el renacer.”
Nota 1: Nayarak significa renacer en quechua- También puede simbolizar "tener muchos deseos"
Nota 2: Sathiri significa sembrador en quechua.
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