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Despedida

Es hora de partir, se rumorea por ahí que las despedidas son inevitables, los deseos son efímeros y se extinguen como estrellas fugaces en el cielo. Cierta e inevitablemente, puedo corroborarlo, yo siempre he vivido a diez centímetros del cielo. La felicidad ha sido tan escueta y esquiva, es algo que jamás he podido rozar siquiera con la punta de los dedos. He guardado supongo tanta desolación y abandono dentro del pecho, el exceso ha acabado por dejarme vacía y desecha.
Mi madre solía cantarme canciones de cuna mientras me arrullaba en su regazo, hoy incluso el calor de sus brazos se siente lejano. A veces creo que rezaba inútilmente para que un milagro me borrará las cicatrices, que borrara todas las pesadillas y los matices de dolorosos recuerdos. Su suave voz ha dejado de darme consejos; lo siento mamá. Lo siento por engañarte, nada ha cambiado, sigo estando tan sola como antes.
Querido papá… ¿Sigo siendo la niña de tus ojos? ¿Luzco todavía tan valiente, inteligente y malcarada? Confieso que todos tus actos de superhéroe se han grabado a fuego en mi memoria, no hay día que no te recuerde, ni ruegue en vano por tenerte. Un minuto, un segundo, una centésima de tiempo perdido. Es cierto Superman, ni siquiera tú puedes desafiar al destino, yo no puedo seguir jugando a que todo está perfecto, mis caminos se han torcido. Soy un caos papá, y muero cada día un poco más, aunque por fuera sonrío.
¿Dónde están mis amigos? En ocasiones despierto confundida, asumiendo que ha sido todo un ligero sueño. Como si las risas nunca hubieran existido, como si los abrazos sinceros estuvieran hechos de papel. Cuando el despertar es abrupto, suelo preguntarme; ¿Esos columpios siempre han estado tan vacíos? Supongo que debería pedir perdón, por mí y por vosotros, porque las promesas nunca se han cumplido, quizás porque siempre han estado rotas. El mundo ha dejado de ser mío, las verbenas de San Juan han desaparecido. Me encuentro sola en el portal 169, contemplando un cielo sin estrellas, todas, sin dejar rastro se han ido.
El humo de mi cigarrillo me salva el alma cuando las esperanzas se me escapan, cuando soy incapaz de retenerlas con la mano. No le temo a la tormenta, le temo a la calma, ya que nunca ha llegado, jamás he sido capaz de experimentarla. Las cicatrices están tatuadas desde siempre en mi alma, alguna bruja mal intencionada conjuró maldiciones sin fecha de caducidad, y a mí, a mí la verdad me ha dejado de importar.
Que dulce sabor tiene esta amarga despedida; y es que desprenderse de lo que más se ha amado nunca en la vida tiene este particular encanto. Hasta nunca, hasta que nos volvamos a encontrar.
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