2020

by - November 02, 2020

(El nacimiento de Venus, Sandro Botticelli; flores detalladas)


Once lunas, y once transmigraciones auspiciadas por los vaivenes comunes, tan típicos y usuales en las rutas que entretejen el fluir de mi existencia. Tal vez, Minerva se ha compadecido lo necesario de mí y he aprendido a temerle con suficiente insistencia a las pasiones que se regocijan en los espacios mudos de mis clavículas; donde reside Dionisos y en donde se recrean mis impulsos inevitables, mis errores, la vida y su espacio destinado al tormento y la felicidad. He dedicado todos mis esfuerzos en piel, carne y huesos crudos a lidiar con el vacío que se extiende hondo desde mis pupilas hasta el pecho, he mirado sin titubear muchas veces los ojos cristalinos de Tánatos y aunque he sufrido enormemente, no logro deshacerme de mi esencia venusiana, he aprendido a habitar en los silencios, en los trazos redondeados de las letras que se plasman en mis cuadernos, en las constelaciones del sur que son fuego y verano, en los ojos color ámbar, en las promesas de mejores mañanas, en donde para variar, no hay otros, ni nadies, en la inminente colisión entre Andrómeda y la Vía Láctea, en la emoción de aprender y en el delirio de que volveré, y si no, en el de que al menos, aún queda algo de mi, que no es demasiado tarde, que no me dejaré ser solo a medias.

Engendrada por caos, remitida a su simbolismo mitológico, que es origen de todo universo, no voy a permanecer eterna bajo la mirada severa de Marte, que más dará cuanto pierda, me pierda.

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