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Relegada en venus
Nací un 4 de mayo del año 96, llegué al mundo sin quererlo, por cesárea, con tres vueltas del cordón umbilical aferradas a mi cuello y la postura torcida. De los labios de mi mamita siempre brota la narración de este acontecimiento con ternura; aunque, ciertamente yo lo pongo en tela de duda:
Mis progenitores estaban en sus veintes, en un país destinado a la quiebra, eran personajes inconscientes danzado en las pautas de un relato incomprendido; pero tan doloroso como el infierno.
Y en tanto; mientras Gabriel de veintidós años conseguía pagar la clínica empeñando el televisor de su padre alcohólico-que le había robado el dinero destinado a las atenciones médicas de mi nacimiento- se instauraron par certezas; que mi signo solar estaba en tauro y que me regía venus.
Si el amor ha regido mi vida; no sé en qué extrañas transfiguraciones ha logrado hacerlo;
En la inmigración de las golondrinas un diciembre del año noventa y ocho, o en la llegada de los cuervos durante la primavera del noventa y nueve. Yo solo tenía cuatro años y ya comenzaba a aprender sobre monstruos y abandonos. Francamente no sé, tal vez hay lujos, que les están relegados a los hijos de la clase obrera; sobre todo, si se desprende uno de la placenta en la determinación social del deber ser mujer; orillada al nunca ser.
Así que muda y maniatada los ojos solían brillarme en la abstracción de la huida, llevo anhelando escapar desde antes de aprender a articular sólidamente mis pensamientos; mis palabras se han perdido en el viento y mi refugio se sigue resumiendo en la llegada del verano, en animes de los noventa doblados al catalán, en la indefensión silenciosa de la soledad, siempre a las cuatro de la tarde, en la suspensión de un tiempo, cual paréntesis en ad infinitum. Dibujé muy valiente mis aventuras, mis pinitos de amistad, las promesas de amor propio y pensé siempre, que un mañana diferente era posible.
Resguardé mi afecto infantil con terquedad e ilusión, me trabé entre esos recuerdos infelices, desperté mi erotismo en pétalos de egoísmo y sequé mis ramitos de lavanda al sol: he llorado, sufrido tanto, y es que siempre, siempre es hoy.
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