Ilustración realizada por Heo Jiseon
Las aceras grises y la luna menguante, blanca, el cielo oscuro y el aire ligero, helado, heladito. Tu sonrisa escueta y las luces de navidad intermitentes, el tacto de tus manos anchas sobre mis hombros, el embrujo conjurado y la infelicidad rondando la comisura de los labios: extraño ese momento, momentos. Han pasado cerca de tres meses y toda la calma a la que nos entregamos en aquellos días parece haberse reducido a cenizas bajo la mirada de Marte. Las noches frías en las que descansaba contemplando los reflejos de luz sobre tu espalda, las peticiones mudas de dormir, cerca, cerquita, sin nada de ropa. El calor trepándome por el abdomen en las mañanas y los orgasmos recreándose en mi garganta, la suavidad de tus dedos sobre mis mejillas y la calidez de tu abrazo. Nuestros pasos perdidos por las escaleras de piedra, los pajaritos contemplando el atardecer a las orillas del río y la sorpresa: de tu proximidad, del miedo, de las certezas. Esas horas fueron el preludio de mi primer “te amo” y ya no hay contingencia, ni dádiva, ni excusa, me olvidé de como dar los pasos hacia atrás.Ya no hay retorno ni para lo uno, ni para lo otro.