El rincón de lila

De omnibus dubitandum

The most common Tarot card of "The Fool."



Es de noche y parece ser que los restos de goma descansan sin inmutarse, que las sirenas se han perdido en un eco mudo, que los pacos han dejado de respirar bajo el agua y que la corriente del Pacífico escupirá sus cadáveres cerca de Cabo Verde. Corren los años ochenta y la muerte camina por los pueblos aledaños a la miseria, usa guayabera blanca, tiene la voz ronca, viste de patrón y de amo. 

La tez ceniza color inocencia palpa bajo su lengua el sabor a metal, a hepatitis, a neumonía, desnutrición y abandono. La yuca majada asada entre ladrillos y carbón sabe a pura negligencia. Hay de quienes, no conocen caricias amables y se rascan la piel desollada en un colchón de espuma del que solo quedan los pedazos. De quienes tienen los lagrimales secos y crían furia animal en sus entrañas, a sombra de alcoholismo y explotación sexual. De quienes tienen derecho a nombrar al hambre.

Y en contradicciones se hacen;

Ruta de cocaína y cemento de contacto; marihuana y sicariato

Sonetos de vallenato, baile de cartas, cacareo de gallos...

Balas perdidas; Pedro Navaja, trece tiros, adoquines en sangre;

Y llegan los años noventa; el llanto que rasga el firmamento, nace en pañales de tela y se acuna en caja de zapatos, 

En la noche inmutable, donde vistiendo de amo y patrón, entona jubilosa la parca…


¡La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida!



 



Capítulo 1: Cuerpo y dolor


Hablarme al espejo iluminado siempre ha sido complicado; durante mucho tiempo me he observado a contraluz y he odiado cada palmo de mi cuerpo. Mis explicaciones están de más; siempre pensé que la fisionomía era carcasa y que en las prescripciones de ser mujer se incluía el convertirse siempre en objeto de deseo. Yo no aprendí a quererme y estuve siempre sujeta a lo que se me enseñó a maltrato vivo: que el consentimiento no existe y que quien te quiere, que es siempre cercano, puede “jugar” contigo como desee. Nací en una familia que aprende a rezar el rosario antes de que se les caigan los dientes de leche, y estúpidos, negligentes, criaron a Adán siempre violador y abusivo con saña; como dicta el evangelio. 


Ingenua yo, supongo, ignorante en toda regla, me “enamoré” de la convención social más celebrada de “hombre”, sucedió en la humedad de la mañana del noviembre en el que morían mis quince años. Y él, aunque armado de ojos necios y risa de niño, también tenía piel de oveja y carácter de lobo. En ese pueblito devoto, tan alejado de la mano del señor, mi primer “noviecito” también había sido criado sútilmente bajo las consignas que hacen a un maltratador; “hombres de bien” finalizan los amorfinos, que sé yo, algo así será. 


En resumidas cuentas, que me desvistiera cuando se le antojara, que el dolor y el placer los confundía yo, estúpida e inexperta, que era una floja y que, ¿Cómo me atrevía  a hacerle gastar preservativos por gusto?, y, que, qué, importaba si dormía o si lloraba...Y que, cuando tuve veinte y le dije “no” continuó, y a breves rasgos, me violó. Él, que también me llamaba puta, mientras planeaba futuros a tinta de romance y absurdos, hizo con mi cuerpo, lo que mi primo, el padrastro de mi prima, el inquilino del piso de Barcelona central, el hombre en la furgoneta blanca parqueado a las afueras de un parque en Tarragona, no pudieron. 


Poca coincidencia, que cuando se marchó por fin, las pesadillas en las que un hombre sin rostro hecho de sombra negra me perseguía, también se fueron.


Capítulo 2: Soledad; y luego cuerpo


Tenía veintiuno cuando al finalizar una novela de terror, me llevaron los  pasos infantiles a perderme por las sendas del minotauro, olor a eucalipto y brea, hasta la puerta número doce, donde vaya; me diagnosticaron. Resulta que no, que vivir en constante ideación de lo suicida y abrirse la piel en tristezas desbordantes no eran estadíos ordinarios de la existencia; al menos no siempre para los otros, para todos. Bueno, entendido, al menos eso cubría las dudas recurrentes sobre los estigmas. Hacer un balance de responsabilidades fue una operación complicada; casi me quedo sin respuestas y casi consagro en whisky, tequila, vodka y ron, mi camino hacia el averno. 


Seguía yo siendo puro cuerpo; así que comencé a hacer silencio; me vibraba lento entre los poros de la piel todo lo nauseabundo y lo violento. El no, comenzó a dibujarse sereno y estricto, en las manos que ponían distancia, en la bilis que me recorría las papilas al roce indeseado, en el cuerpo tenso, en lo estéril, en negación. Resulta que palmo a palmo de piel, extendida y recóndita, me pertenecía. Y como me pertenecía, las culpas me eran inservibles. 


Coloqué montañas de libros, cómics, películas y canciones de mi infancia en la puerta de mi habitación y susurré tranquila noche a noche las consignas que amortiguaban la llegada del monstruo, me prometí muy segura; tan dócil muros afuera, que me iba a mantener en mero ejercicio de mea culpa y que me iría lejos, tan lejos como mi valentía me lo permitiera y mi arrogancia me acompañara. Tomé fuerzas, en invierno, en sintonía de la primera nevada clavé mis uñas moradas y desgarré el papel de túl que me habían colado en la maleta. Dormí bajo una luna llena perpetua. Me desviví, lloré y leí. Regresé a conciencia de que era solo carne y que venía a imponer un solsticio de hielo. 


Yo no voy a desgastarme insinuando que fui “una mujer buena”, al infierno con eso; yo solo estoy contando mi relato de supervivencia.


Capítulo 3: Deseo, placer...cuerpo


Tenía veintitrés y llovía, subí las escaleras del puente ambulante tarareando el estribillo de “mi vecino Totoro” me descubrí empapada, alegre y amable, de piel tersa. Abrí mi libro favorito sobre la baldosa gris y dejé de escuchar el chirrido insistente del columpio. Al cuerno con las convenciones, llegó la noche y la puerta estaba abierta.

Mi habitación olía a lavanda y por primera vez sentí el abdomen tenso, el tacto agradable, palabras coherentes en la punta de la lengua y el deseo consciente de que unas manos amables y estructuradas me recorrieran la piel. 

Caminé descalza en el agua helada y me llevé un manojo de dientes de león, aunque nerviosa, torpe, quede convencida y excitada en la iniciativa de contar constelaciones amables, fugaces, efímeras.


Me perdí en un orgasmo lento y profundo; me pertenezco palmo a palmo, extendida y recóndita.




Cuando Mara, el Tentador, intenta suplantar a Buda, éste le dice:  «¿Con qué derecho pretendes reinar sobre los hombres y sobre el  universo? ¿Acaso has sufrido por el conocimiento? »  
 
He ahí la pregunta capital, quizá la única que debería uno hacerse  al indagar sobre alguien, principalmente sobre un pensador. Habría  que establecer la diferencia entre aquellos que han pagado por el  menor paso hacia el conocimiento y aquellos, mucho más numerosos,  a quienes les fue otorgado un saber cómodo, indiferente, un saber sin  adversidades.  
 
Del inconveniente de haber nacido, Emil Cioran


Relatos cortos de sexo en mundos paralelos con los personajes de el a… #fanfic # Fanfic # amreading # books # wattpad


Tengo las pupilas dilatadas en cobre, es de noche y mientras bailo despierta entre la cima de libros recostada en mi velador, me doy cuenta: de que han pasado cinco años, de que poco me reconozco.

He dejado de tejer mentiras en mi largo cabello y he perdido todas las certezas embaladas en nana de cuna. No vivo ya en un cuarto pequeño arrendado en Urdesa Central y hace mucho de la primera noche en la que entoné “canción para mi muerte” de Suis Generis al vaivén de un vaso de aguardiente puro. Ha pasado la carrera, y también, mi último intento de suicidio.

Empiezo a comprender que he crecido, ganado, más de lo que esperaba, y que, por lo tanto, también voy a perder demasiado: esa chispa, pequeñita de euforia,consignas críticas y fracasos ácidos; en esta ciudad de injusticias he contemplado mi relato familiar y la subversión de mi carácter, he llegado hasta el ocaso de los ídolos y la verdad, poco me hará sentirme alguna vez tan valiente y también, tan feliz.

Durante setecientos días he realizado un ejercicio constante de mea culpa y me he reconocido en todo lo decadente, vulnerable;


Voy a extrañar el sol asfixiante, las luces desperdigadas en la escultura de Juan del Pueblo, mi paseo por la vereda de la Universidad de las Artes, los cigarrillos cereza sabor brea, a contraluz, perdidos en la melodía de las discotecas de las Peñas. Mi rabia proyectada en pancartas de cartón y reclamos infantiles enardecidos.

La tranquilidad de la vista del Riocentro Norte desde el departamento de mi mejor amiga, Hector Lavoe entonando mi trayecto en la línea cuarenta y dos luego de mis sesiones de psicoterapia, el haberte encontrado y tus caricias suaves en noviembre veintidós. 



Nací un 4 de mayo del año 96, llegué al mundo sin quererlo, por cesárea, con tres vueltas del cordón umbilical aferradas a mi cuello y la postura torcida. De los labios de mi mamita siempre brota la narración de este acontecimiento con ternura; aunque, ciertamente yo lo pongo en tela de duda:


Mis progenitores estaban en sus veintes, en un país destinado a la quiebra, eran personajes inconscientes danzado en las pautas de un relato incomprendido; pero tan doloroso como el infierno. 


Y en tanto; mientras Gabriel de veintidós años conseguía pagar  la clínica empeñando el televisor de su padre alcohólico-que le había robado el dinero destinado a las atenciones médicas de mi nacimiento- se instauraron par certezas; que mi signo solar estaba en tauro y que me regía venus.


Si el amor ha regido mi vida; no sé en qué extrañas transfiguraciones ha logrado hacerlo;


En la inmigración de las golondrinas un diciembre del año noventa y ocho, o en la llegada de los cuervos durante la primavera del noventa y nueve. Yo solo tenía cuatro años y ya comenzaba a aprender sobre monstruos y abandonos. Francamente no sé, tal vez hay lujos, que les están relegados a los hijos de la clase obrera; sobre todo, si se desprende uno de la placenta en la determinación social del deber ser mujer; orillada al nunca ser.


Así que muda y maniatada los ojos solían brillarme en la abstracción de la huida, llevo anhelando escapar desde antes de aprender a articular sólidamente mis pensamientos; mis palabras se han perdido en el viento y mi refugio se sigue resumiendo en la llegada del verano, en animes de los noventa doblados al catalán, en la indefensión silenciosa de la soledad, siempre a las cuatro de la tarde, en la suspensión de un tiempo, cual paréntesis en ad infinitum. Dibujé muy valiente mis aventuras, mis pinitos de amistad, las promesas de amor propio y pensé siempre, que un mañana diferente era posible.


Resguardé mi afecto infantil con terquedad e ilusión, me trabé entre esos recuerdos infelices, desperté mi erotismo en pétalos de egoísmo y sequé mis ramitos de lavanda al sol: he llorado, sufrido tanto, y es que siempre, siempre es hoy.

Ryo Takemasa的艺术品-Imgur上的专辑
(Ilustración realizada por Ryo Takemasa)

Tengo zapatos color caoba, se entrelazan a mis pantorrillas abiertas en un zig zag de seda y no paro de sangrar, sonrío despacito. El dolor se difumina en rosado pastel y las imposiciones me recorren las venas. 

Fui sombra de un ayer efímero, erguido como condena, las flores de manzanilla que bailaban en mi cabello aferradas a mi cintura se han secado, y mis ojos fríos han dejado de anhelar rozar labios de hielo en la madrugada.

Se acurrucan en mis muñecas cicatrices abiertas color ceniza y la inocencia del porvenir se estrella contra mi propio muro de marfil. 

No hay luz y las vías del tren están roídas, la brisa de verano se escurre entre el algodón blanco y los ruedos de mi falda ondean en un viento intempestivo, casi mudo.

Tengo las manos abiertas de par en par y el cinismo se acuna en mis cejas marrones.

Resulta que estoy sola, en un abismo de espera consciente, dolorosa, placentera y hasta dulce.
Que reluzco taciturna; insatisfecha y que frente a mi se dibuja el abismo;

La nada y el silbido aceitoso de un final anunciado en llanto de cuna, extensión umbilical, abandono y despedida;

«La luz al final del túnel es la del tren que se nos viene encima».

Robert Lowell
Prince Edward Island - Canada Map Illustration on Behance
(Ilustración realizada por Jeannie Phan) 

Han pasado 365 días y la mañana me trajo sabor a memoria, a despedida. Es probable que me encuentre respirando la metamorfosis más importante de mi vida; aún existo, aunque siga recordando lo que nunca sucedió.

El color azul nostalgia se escapa entre los copos de nieve que se esfuman en un horizonte púrpura y me veo, pestañas curvadas, labios secos y decisiones a nivel de la quijada. Tengo el corazón en la garganta, las manos temblorosas, la voz trabada y las lágrimas en autopista de salida. He crecido y en cinco meses he dejado de ser una niña. 


Mi limitado universo se ha extendido peldaño a peldaño y fui, lo que siempre he sido: solitaria, melancólica. Y estuve, como siempre he estado, perdida, desorientada. Dancé, eso sí, como nunca, en una paz silenciosa que solía arrullarme en reflejo color luz de luna y frío invernal. Me desollé la piel, resbalando más de una vez y grité muda noche a noche sin saber que hacer; pagando a precio de herida necia, mi amor ciego por las causas perdidas.


Y volví, y me sujeté, me quedé.


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Estudiante de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Existo porque leo, escribo y me rebelo.

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